lunes, 5 de mayo de 2014

La capacidad de asombro no tiene límites

Hoy me desperté tras una noche de poco sueño y mucha ansiedad. Hoy me levanté para la entrevista más importante de mi vida, el momento cumbre de mi existencia, el momento para el cual me he preparado desde que tengo 15 años y acceso a internet.

Hoy tuve una entrevista en una empresa de desarrollo web, es decir que ayuda a páginas web a alcanzar su mayor potencial.
Ésta empresa en particular trabaja con sitios para adultos, como bien especificaron en la oferta que recibí por mail, es decir pornografía.

Si señor, en este lugar se describen sitios porno, películas, videos, imágenes, lo que sea, dentro del mundo porno.

Repito, me he preparado, sin saberlo, durante toda mi vida para este momento.

Así que allí fui, de zapatos, camisa, buzo escote en v, pantalón claro; prácticamente fui de esmoquin, pero quería demostrar que iba en serio, que me comprometía con el laburo, que me ponía la camiseta. Si vamos a trabajar con porno, se hace con estilo.

“Hola Agustín, soy Manuel” Dijo un hombre en sus 27-28 años, de algo así como 2 metros de alto, con lentes redondos y pelo negro largo, enrulado.
Me presentó a su socio, un irlandés calvo, cuyo nombre no logro recordar, ya que a medida que avanzaba por el apartamento del noveno piso de un edificio en el centro de Montevideo, iba mirando hacia las oficinas grupales, donde se vislumbraba gente de auriculares, escribiendo a mil km/h mientras en las pantallas se observaban fotos y videos porno. Esto realmente estaba sucediendo!

Tras una entrevista con los dos muchachos paso a realizar una prueba escrita, en una de las oficinas. Manuel tomó su lugar en su escritorio en el centro y yo me senté entre dos jóvenes que escribían aislados del mundo en sus teclados. Para mi, esos dos estaban viviendo el sueño.
La prueba consistía en describir en inglés distintas páginas, videos y categorías pornográficas. Saque de mi cerebro todo el conocimiento adquirido y traté de volverme loco, mientras tanto el tipo a mi izquierda daba signos de vida mediante expresiones del tipo “Estás mal de la cabeza, jajaja!” o “Faaaaa, que hija de puta”. Como dije, el tipo vivía el sueño, yo quería lo mismo, así que di lo mejor de mí.

Finalmente me despedí del amable Manuel y mientras bajaba en el ascensor iba recapitulando cada momento, disfrutando de esta experiencia, que no importa el desenlace, ha sido una de las más surreales que he vivido.

Mientras caminaba de vuelta por la transitada 18 de Julio a las 11.30 a.m. recibí una señal del cielo, haciendo fila en un cajero, como un mortal más, estaba Julito Ríos.
Sus zapatos negros podrían fácilmente reflejar su cara bronceada artificialmente, impecablemente peinada y finalizada con gafas negras. Su traje, hecho a medida, negero con pequeñas rayas blancas lo resaltaba entre la muchedumbre, principalmente estando entre la típica doña con bolsas de supermercado y una mamá con dos niños, uno obviamente, llorando.
Lo miré y me vi reflejado en sus lujosas gafas, mientras en mi cabeza escuchaba las palabras que definirían el día de hoy, y por el contrario de lo que dice su libro:


“La capacidad de asombro no tiene límites”

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