El sábado me
castigué mirando la final de la Champions League. Siempre fui un simpatizante
del Real Madrid, capaz porque el cuadro de mi corazón sufrió los años negros de
su historia durante la mayor parte de mi infancia y adolescencia, Peñarol el
campeón del Siglo 20, tuvo el peor arranque de Siglo 21. Por otro lado el mejor
europeo del Siglo 20 contaba con la plantilla de los Galácticos, y desde el
primer momento que vi al dolape Zidane hacer magia por el rectángulo verde, le
di mi aprobación al cuadro.
Así y todo
me volqué a alentar al humilde y sudamericanizado Atletico de Madrid, dirigido
por el argentino Cholo Simeone y contando con los uruguayos Godín y Cebolla Rodriguez en el plantel.
A decir
verdad el partido no fue la gran cosa, salvo por le emoción con que se dio
vuelta un 1-0 (marcado por Godín) con un cabezazo de Sergio Ramos al minuto
90+3. En la prorroga el Real se comió al Atleti por un rotundo 4-1, otorgándole
a los blancos la décima copa de campeones de su historia.
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| El exagerado festejo |
Acá fue que
reapareció Cristiano Ronaldo, con un 3-1 a favor tiró bicicletas y tuvo la
fortuna de marcar, de penal, el 4-1 final.
En un exceso
de egocentrismo, festejó este intrascendente gol sacándose la camiseta y tirándola,
para terminar mostrando su trabajadísimo físico frente a cuanta cámara se posó
en él, y a esa altura eran todas las cámaras del mundo.
Más alla de
la demagogia de esta actitud, hay que prestar atención al enorme hecho de que
CR7 llegó a la histórica cifra de 17 goles en una Champions, algo nunca antes
logrado. Convirtiéndose en el máximo goleador histórico en una temporada del
torneo.
Fue
criticado por sus bicicletas, por su festejo, por su egocentrismo; yo mismo
encuentro despreciable el hecho de desparramar casi con asco la camiseta del
equipo en el festejo, pero no podemos negar que el tipo fue el mejor del torneo
y el mejor del 2013.
Siempre he
dicho que los grandes tienen la humildad de los grandes, valga la redundancia.
Sin embargo a la hora de los hechos se puede comprobar que esto no es una regla
universal y dogmática. Es simplemente que entre los mejores hay humildes y hay egocéntricos.
La eterna
comparación del picante Cristiano es con quien puede considerarse su antítesis,
el argentino Lionel Messi, un tipo medido, callado, de perfil muy bajo, que a
fuerza de magia inigualable le ha ganado a Ronaldo en todo.
Por mi parte
encuentro que Messi es un “tocado por la varita”, un tipo que si bien debe
romperse el culo cada día de su vida para ser lo que es, ha sido bendecido con
un talento natural por los Dioses del Fobal, CR7 por el otro lado es un tipo
cuya habilidad es innegable y su capacidad física deslumbrante, sin embargo
encuentro que estaría un escalón más abajo en la consideración de las deidades
futboleras, que sería algo así como Hércules y Messi directamente Hefestos. Sin
embargo Ronaldo es motivado por una fuerza destructora interna, que lo lleva a
perfeccionarse día a día en cada pequeño detalle de su juego.
Esta misma
fuerza lo lleva a ser tan polémico, tan egocéntrico, tan fantasma.
Sin embargo
nadie va a decir de acá a 20 años, “CR7 era un agrandado bocón.” Pueden decir “CR7
era un agrandado bocón, que la rompía y rompió cuanto récord pudo.”
Le gusta
mostrar sus trofeos, futbolísticos y no futbolísticos, es enfermantemente
metrosexual, egoísta y ególatra.
Y a pesar de
todo esto es uno de los mejores y todos le reconocemos como tal.
Desde que
estos dos fenómenos aparecieron siempre he dicho una sola cosa: Ser grande y
humilde no es fácil, pero ser grande y agrandado es más difícil todavía.
Cristiano
entra en la última categoría como primer abanderado, pero cada una de sus
asquerosas actitudes egocéntricas es respaldada con una implacable, innegable
y hermosa demostración de magnificencia futbolística.
Al señor
CR7, Balón de Oro 2013, Campeón y Goleador histórico en una temporada de CL,
Salú.

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