El pasado finde me junté con un amigo, a charlar boludeces y
discutir de la vida. En si la premisa era que él me iba a acompañar a fumar mi
primer porro, por un deseo manifestado por mi bajo los efectos de una
borrachera hacía unas semanas atrás.
Hablamos de todo un poco y para mí el poder compartir con
una persona a la que aprecio y ver el mundo a través de los ojos de otra
persona es un estado máximo de goce. Por eso decidí que en realidad no
necesitaba, ni quería empezar un baile con María.
Finalmente mi amigo comenzó el sagrado ritual de armar uno,
que si yo cambiaba de opinión le dijera, mientras tanto él fumaría. Entre pitos
y flautas la charla siguió, y en un cierto nivel siento que la empatía que se
genera me permite relajarme tanto como parecía relajarse él bajo los efectos
del cannabis. En estos momentos la charla deviene en mi negativa a probar y el
por qué tras esa posición. Simplemente digo lo que sentía, no estaba seguro, y
cuando de algo no estoy seguro prefiero no hacerlo, ya que el instinto es una
fuerza que, a mi entender, viene del fondo mismo del cerebro, y es una certeza
disfrazada de incertidumbre.
La conversa sigue por el camino de las drogas, y las
confesiones de mi interlocutor comienzan a escalar repentinamente.
Amigo: “Yo he probado de todo.”
Bocha: “ Como de todo? Que fue lo más fuerte que probaste?”
Y quizás lo que haya probado, o no probado, lo que haya
usado durante un período o durante un minuto, no es lo que viene al caso.
Lo que a mí me parece que es muy importante, es el por qué. Cuál
es la razón por la que recurrimos a sustancias externas para encontrar algo que
deberíamos poder hallar dentro de nosotros.
Encuentro que el consumo, ya sea de plantas de la tierra o
cristales sintetizados en un laboratorio, es el triunfo máximo de la materia
sobre el espíritu. Necesitar de un polvo mágico o un cartón lisérgico para poder pasar bien, relajarme,
soltarme, desinhibirme, me parece desolador y preocupante.
Y antes que nada quiero decir que no soy nadie para hablar
de que está mal o que es una pérdida de valores y moral. De ninguna manera,
porque yo soy el primero en reconocer que he bebido litros y litros de alcohol
para “pasar bien” en un baile, una reunión o en una cita. Y el resultado sin
duda que es nefasto. Incomparable en mi subjetividad con el consumo de alguna
otra droga, ya que no conozco efecto distinto al alcohol. Pero sin duda que es
catastrófico física y mentalmente, emborracharse para aflojar tensiones.
Mi peor parte sale a la luz cuando me intoxico con etanol,
externamente me vuelvo agresivo y desagradable. Internamente una depresión
latente se apodera de mi.
Es así que empiezo a preguntarme,” ¿no será posible,
divertirme sobrio? ¿relajarme con solo mi propia compañía?”.
La respuesta parece hacerse esperar.
En una introspección recuerdo una entrevista que vi cuando
era chico (10 u 11 años), al grupo argentino de rock, Ataque 77. En ésta el
periodista consulta al vocalista sobre su opinión del consumo de drogas. La
respuesta me quedó grabada en la psique: “Hoy, para ser rebelde, hay que estar
con la cabeza limpia de sustancias.”
Me pareció buena la respuesta, y la guardé como verdadera (todavía
lo hago).
Continuando con esta charla, días después se repitió el tema
con otro amigo, hablando sobre la aparente adicción a la cocaína de una figura
conocida de la televisión.
Ante mi alarma y negativa sobre el tema, la frase que me
dijo me pareció el máximo exponente de la falta de cuestionamiento: “La banda
toma porque está pasada, porque le sirve.” Y lo dijo sacando peso al tema, como
validándolo.
Esa fue toda la justificación que la cabecita de mi amigo
pudo elaborar, probablemente dándole el beneficio de la duda a alguien allegado
a él.
Para mi, fue triste. Porque son conocidos los efectos
adversos y adictivos de esta sustancia. El que se pueda pensar en que es más
común el consumo que el no consumo me hizo sentir solo en esta cruzada.
Sin embargo todos tenemos que trazar una línea, y aca está
la mía. Que la banda tome porque está pasada no es una justificación, ni mucho
menos un tema que deba dejarse pasar como indefenso.
Es así que me pongo a pensar en que el sistema oprime y la
forma de descomprimir es huyendo con pociones mágicas, que irónicamente son las
que mueven el sistema.
A todos, consumidores y no consumidores, pasados y no
pasados.
Un abrazo, Agustín.








